Diálogos con libertad
Mucho se especula sobre el tema “libertad de expresión”, emitir la palabra escrita o hablada, en cualquier sentido se le acomoda como libertad de expresión sin una criba de valores; el que habla es el que tiene la libertad en su manos y el otro no importa, ¿no forma parte del circulo de la expresión? La libertad de expresión tiene la posibilidad de incluir modos distintos vinculados a derechos como libertad en el orden de diversas posibilidades de pensamiento y comunicativas, libertad de conciencia, culto, enseñanza, cátedra, investigación… principios y valores que involucren a todos en el circuito de la expresión, incluido el sujeto pasivo que solo escucha. De no ser así no es libertad, la libertad debe colocarse al servicio de los demás para garantizar otros derechos esenciales y el descubrimiento de la verdad como vehículo para el desarrollo personal y de vida compartida. De manera tal que dé servicio a la democracia, como forma de vida, y sea cartografía del conocimiento. Es una asunción colectiva de responsabilidades de expresión. Se trata de ejercer el derecho y la responsabilidad, ambos a la vez.
Todos los medios de comunicación son eso, medios por los cuales se practica la comunicación, su gobernabilidad es responsabilidad de todos, sin excepción. En la medida que todos ejercitemos la argumentación con valores, el diálogo será más intenso y fructífero; la mejor razón convencerá a la razón menos trabajada. Solo así se podrá vencer el imperio de la posverdad que es una conversación sin interlocutores válidos, gritones déspotas y vulgares. El “mínimum minimorum” indispensable son límites objetivos, que sean cumplidos por toda la comunidad. Por un lado, el orden público; y por otro, los derechos de terceros. Es responsabilidad democrática que el diálogo se de en el marco de la política que equilibre libertad de expresión y orden público.
La censura no evita, ni evitará conductas nocivas. Al final, la conclusión es que los gobiernos utilizando al Estado buscan beneficiarse, primero al yo gobernante, segundo a sus partidos políticos, tercero a las intenciones sucesorias, las razones de Estado poco importan. La libertad de expresión debe ejercerse de manera pedagógica para prevenir delitos, es una razón de Estado. En este tiempo la alerta de una posible guerra mundial, la tercera, el terrorismo no puede ser ejercicio de libertad de expresión, inicia con discursos ofensivos y sigue con misiles. Las prerrogativas tienen la deontología de contener los límites, la seguridad nacional es una responsabilidad de Estado, instituye un bien que debe ser tutelado.
La libertad de expresión transfronteriza, deberá ser consecuencia del compromiso interno que impacte a la cultura, desde los territorios originarios los ciudadanos se pueden manifestar en el marco del cumplimiento de protocolos que hagan permisible la expresión en libertad en atmósfera de aldea global, empoderarse bajo el principio jurídico “nullum crimen, nulla poena sine praevia lege” un escenario ético de pueblo global. La libertad de expresión en el ciberespacio evita, bien ejercido, sin duda, los malentendidos y facilita los consensos y un tratamiento adecuado al conflicto.
La libertad de expresión nacional e internacional tiene la urgencia de una reparación mayor de sus motores, la realidad ha cambiado y cambia a la velocidad del instante. Vivimos la era de la comunicación y de la información, los datos y las palabras son presa de categorías propias de los entes, muchas cosas en medio de pocos proyectos, los discursos que siembran esperanzas cosechan pasividades, cambios de actitud en nuevas mentalidades desarrolla responsabilidad al tomar decisiones. Es cierto, a la velocidad de la luz como eje de la realidad parece imposible generar un equilibrio entre la libertad de expresión y conductas. La idea de los debates que tiene como teleología destruir al Otro, en calidad de enemigo y no de adversario, engendra una violencia de espectáculo del escándalo, atizado por difamación que no abona a la libertad de expresión, tampoco empodera la democracia. Crea, eso sí, un escenario en el que el dinero ejerce su profesión y su poder.
En ese sentido, las campañas electorales 2020 – 2021, se darán en batallas de sumo riesgo, “la libertad de expresión” se ha desfigurado, casi desaparecido en el discurso político, en medio de una gran confusión, junto a esta libertad está el “derecho al pataleo, el articulo doble cero, la ley del azadón” tan socorridos en el campo de la política. La política demanda impulsos finos y serenos, pedagogía pública de saber escuchar, didáctica de la confianza que nos separe de pautas de la desilusión. Disrupción de un lenguaje del ser y estar en sociedad, reflexionar en medio de su ruido, que la pedagogía de la virtualidad contribuya a encontrarle sentido al peligro y a la incertidumbre de nuestra existencia. Aliviar el mal de los pueblos con la más poderosa medicina: la política.